sábado, 27 de octubre de 2012

LA TRAMPA DE LA FIDELIDAD. La pareja estable frente a la natural promiscuidad del deseo erótico


El deseo es promiscuo. Puedo hacer esta afirmación después de muchos años de conocer, tratar y analizar parejas de todo tipo: jóvenes, adultas, maduras, muy mayores, homosexuales, heterosexuales. Tanto en la consulta sexológica como en la vida cotidiana. Cualquiera puede encontrar ejemplos de que el deseo erótico no se agota en la pareja, ni se limita a ella.
Nos encontramos en un momento en el que empiezan a ser negocio las entidades que te ofrecen la posibilidad de ser “infiel” o de tener una aventura, en un marco de discreción que no ponga en riesgo tu relación de pareja.  De forma que esta idea de la promiscuidad de nuestro deseo, está empezando abrirse paso, pidiendo ser legitimada socialmente.
Pero esta realidad no es una moda, como puede parecer, ni se trata de que los tiempos estén cambiando. Si retrocedo hasta hace unos treinta años, puedo recordar infinidad de conversaciones que sustentan esta idea, en el marco de una peluquería de señoras en la cual pasé muchas tardes de mi infancia y adolescencia. Valga el ejemplo de una mujer de mediana edad, que afirmaba por entonces, refiriéndose a un cantante de moda: “Pues yo por mi marido no lo cambiaba, pero si me lo dejan para un fin de semana…”
En el marco de la atención sexológica es claro que este deseo promiscuo está presente. Te acercas a parejas de todo tipo que se enredan con los conceptos de amor, deseo, fidelidad, traición, exclusividad. Son enredos que giran casi siempre entorno a prejuicios morales, mezclados con ideas preconcebidas (con frecuencia erróneas) de lo que significan cada uno de esos conceptos y con relaciones construidas en base a ideales románticos extraídos muchas veces de argumentos televisivos. Cuando en uno de los miembros aparece ese deseo, puede desencadenar reacciones pasionales, tomando como referencia la acepción de pasión que nos habla de sufrimiento. Y lo que va cambiando en las diferentes parejas es la manera de enfrentar y gestionar ese deseo.
A todas las generaciones contemporáneas nos han educado con la idea de algún día encontraríamos a esa persona ideal con la cual compartiríamos nuestro amor, nuestro deseo, nuestra vida en común, proyectos de futuro, familia, etc. El modelo de pareja da igual, sea a través del matrimonio, del registro o de compartir piso. Incluso aun tratándose de parejas no convivientes.  Y dando por bueno que eso sea así y que lo que define a la pareja es el amor y el deseo… ¿Porque es necesario que ese amor esté legitimado por un deseo erótico exclusivo?
Recientemente, en el marco de un Curso de Verano de la Universidad de Oviedo, la compañera sexóloga Valèrie Mougeot nos decía que la prostitución, históricamente, había venido garantizando la estabilidad de la pareja porque servía para canalizar la natural promiscuidad del deseo masculino.  Está claro que el deseo masculino, en tanto que promiscuo, ha sido explícitamente aceptado desde siempre por la sociedad.  No así el femenino, más ligado a la idea de que si no hay amor, no puede haber deseo.
Esta idea aun se sigue manejando y en nuestra sociedad hemos aceptado las diferentes formas masculinas de gestionar la promiscuidad de su deseo. Ya sea entendiendo como una característica de muchos varones el “miedo al compromiso”;  o viendo como algo habitual  y tolerable las infidelidades masculinas. O incluso valorando que explícitamente los hombres verbalicen su deseo, ya que cuanto más promiscuo, más refuerza el estereotipo erástico del constructo socialmente aceptado de la masculinidad.
Y paralelamente a esta realidad, cuando las mujeres se han involucrado en una historia de deseo hacia alguien que no es su pareja, ponen en cuestión sus sentimientos, su relación de pareja e incluso pueden acabar rompiendo esa relación, con todo lo que ello conlleva, simplemente por caer en la trampa de la exclusividad del deseo erótico. Trampa en la que también terminan cayendo los varones.
Dicha trampa es la siguiente: Partimos de la idea de que el amor es ese sentimiento que tenemos en exclusiva y que nos define como pareja. Y es claro que en una pareja que se ama hay deseo erótico. Pero el lío viene cuando nos creemos que ese deseo ha de ser exclusivo y además estar condicionado por el amor; porque entonces, en el momento en que hay deseo hacia otra persona,  empiezan las dudas, los sentimientos de culpa, las confusiones entre lo que es amor (eso que nos legitima como pareja y que entendemos en exclusiva) y lo que solo es deseo. Y de esta forma la relación de pareja puede entrar en crisis y acabar en ruptura.
 ¿Qué sucede entonces? Cuando se rompe una pareja en estas circunstancias, porque uno de sus dos miembros apuesta por otra relación que de pronto le ha hecho sentir cosas que hacía tiempo que no sentía, le devuelve el morbo, las “ganas” que se habían quedado dormidas (tal vez por no alimentarlas), llegará un momento, como pasa en todas las relaciones, en que ese “síndrome del enamoramiento” desaparecerá. Y si lo único que ha movido esta nueva relación era el deseo, cuando el deseo pierda su intensidad, se apreciarán las carencias y la gran pérdida que puede haber supuesto romper con la relación anterior.
Muchas mujeres acuden a la consulta de sexología con el autodiagnóstico de falta de deseo. En cuanto investigas un poco ves que el deseo hacia su pareja no ha desaparecido, solo ha cambiado. Pero la demanda es volver a sentir el mismo deseo que al principio de la relación, porque ven con preocupación que esa forma de deseo a veces se la desencadenan otras personas o situaciones al margen de su pareja.  Y la pregunta que subyace es “¿Será que ya no le quiero?”
El deseo cambia y ahí no debemos engañarnos. El deseo erótico es nuestra respuesta ante ese estímulo que es el otro o la otra que nos atrae. Y lógicamente, cuanto más nos expongamos al estímulo, menos intensa será nuestra respuesta. (Por este camino van todas las propuestas de “romper con la monotonía, salir de la rutina” que se suelen aconsejar para alimentar el deseo en la pareja). Y en esta misma línea, un estímulo diferente, aun con menos carga erótica, puede hacernos reaccionar más intensamente que aquel otro al que nos hemos ido acostumbrando.
Se ha escrito mucho sobre el deseo en la pareja y los profesionales de la sexología sabemos canalizar todo tipo de demandas que tengan que ver con alimentar el morbo, la seducción, el cortejo, reconquistar a nuestra pareja, volver a excitarla como el primer día,  recuperar amantes adormecidos, resolver conflictos con nuestra respuesta sexual… En la pareja ¿Pero que sucede cuando el juego erótico trasciende a la pareja?
Tal vez el primer término a desterrar debiera ser el de fidelidad. Se trata de una palabra con demasiada carga moral y podría perfectamente sustituirse por el de lealtad. En una pareja estable, hay un compromiso, unas complicidades, unos proyectos en común, un entorno social y familiar. En estas circunstancias la palabra lealtad encaja perfectamente. Y muchas parejas van entendiendo que conviven mejor con este concepto.
Posiblemente ha llegado el momento de que nos paremos a reflexionar, sobre todo quienes nos dedicamos a este complejo mundo de las relaciones sexuales (o sea, entre los sexos), que la natural promiscuidad del deseo erótico es una realidad, con la que debemos convivir. Que se da en la práctica generalidad de las parejas estables y que lo que cambia es simplemente la forma de afrontar la gestión de ese deseo. Desde quien opta por reprimirlo y lo relega al mundo de sus fantasías y su imaginario erótico, hasta quien lo asume y negocia con su pareja encuentros esporádicos con terceras personas, pasando por  las típicas aventuras extraconyugales no confesadas o simplemente no verbalizadas, por las parejas liberales que  juegan a los intercambios o a los juegos eróticos en grupo, por quienes recurren a servicios de prostitución a solas o en pareja y un largo etcétera de ejemplos y de situaciones de quienes, reconociendo su deseo promiscuo, deciden que su forma de gestionarlo no tiene porque poner en peligro la exclusividad de su amor y de su relación de pareja, a la que por supuesto valoran por encima de todo y a la que no desearían en absoluto renunciar.
En resumen, tal vez sería buena idea tomar conciencia de que en nuestras consultas sexológicas vamos a tener que manejarnos cada vez más con esta idea del deseo promiscuo y de la gestión de esa promiscuidad. Porque muchas personas, de forma individual o en pareja, ya nos están empezando a hacer preguntas al respecto. Personas y parejas que están dispuestas a apostar por la estabilidad de su relación y de su amor y desean saber qué hacer con su deseo. Y nos van a escuchar, porque se dirigen a nosotros por la autoridad que nos confiere nuestra profesión sexológica. Y esta es una gran responsabilidad. Señoras y señores profesionales de la sexología, se admiten sugerencias.

FUENTE: Ana Fernández Alonso. Sexóloga y Presidenta de la Asociación Asturiana para la Educación Sexual (Astursex).

2 comentarios:

  1. Muy interesante. Está claro que la sociedad nos modela como quiere. Con vuestro permiso, voy a compartir esta entrada ;)

    ResponderEliminar
  2. Claro Sonia! Al final cada cual entiende la fidelidad bajo criterio propio, aunque la sociedad nos imponga unas directrices (aunque están para romperlas :P)

    ResponderEliminar