Hola a todxs de nuevo! Termino el mes de Septiembre haciéndome eco de un artículo muy interesante que merece la pena y muy útil, y para que haya una mayor difusión permito copiarlo aquí. El artículo pertenece a Alejandro Rocamora Bonilla, Psiquiatra y catedrático de Psicopatología, y el artículo se ha publicado en www.ellibrepensador.com.
La sexualidad humana empieza con el contacto físico de los bebés con los que les rodean:
mamar, chupar, tocar, son algunas de las manifestaciones de la
sexualidad en los primeros meses de vida del bebé. De esta forma se van
construyendo los cimientos de la futura personalidad del niño: ese
contacto físico genera confianza, seguridad y tranquilidad,
constituyendo la base de un desarrollo adecuado de la personalidad del
sujeto.
El bebé no sabe identificar sus vivencias sexuales, pero ya puede sentir placer ante el tocamiento de sus órganos genitales.
Es un proceso biológico: el cerebro interpreta como placer la
estimulación de las zonas erógenas, ya que tiene terminaciones nerviosas
al efecto. La actitud de los padres ante estas vivencias (rechazándolas
o aceptándolas) sí pueden influir en el desarrollo normal de la
sexualidad del niño de forma negativa o positiva.
Alrededor de los cuatro o cinco años aparece la curiosidad por su cuerpo.
El bebé puede comenzar a jugar con sus genitales. Se comienzan con
conductas claramente sexuales: “jugar a los médicos”, “frotamiento de
los genitales con almohadas o juguetes”, etc. Pueden aparecer las
primeras preguntas: ¿por qué no tengo yo lo que mi hermano?”, ¿por qué
tus tetas son tan grandes, mamá?, “de donde vienen los niños”, etc.
Después de los seis años y en el contacto con otros
niños y niñas, descubren el placer anal y aparecen los
juegos orogenitales, imitación de posturas sexuales, etc.
Hacia los 9-10 años el niño ha tomado conciencia de
que el sexo está relacionado con secretos y que no siempre se puede
preguntar o decir lo que se piensa sobre ese tema. Se pueden iniciar las
conductas masturbatorias como la antesala de la gran eclosión que
supondrá la adolescencia.
En este largo y complejo desarrollo de la sexualidad los padres
juegan un papel importante y por esto su actitud ante el niño influirá
en el desarrollo de su sexualidad.
“Que los niños vienen de París” o “son traídos por la
cigüeña” o “que te encontramos debajo de una col en el huerto”
distorsiona la verdad de forma tan grosera que difícilmente los padres
conseguirán su confianza en otros temas. La información tiene
que ser verdadera pero también gradual: no podemos hablar lo mismo a un
niño de tres años que a otro de nueve o de doce. Pero adaptarse a la
edad del niño no implica que le mintamos. No decir nada para que no se
contaminen consigue, en la mayoría de las veces, que se informen por
amigos o compañeros y de forma no muy adecuada. El temor se ha cumplido:
vivencia anómala de la sexualidad.
Cuando el niño es pequeño no hay que ridiculizar los
tocamientos de los genitales, sino explicarle como es preciso que
ciertas conductas se hagan en privado y que aprendan que su cuerpo “es
suyo” y por lo tanto deberá evitar que otras personas se aprovechen de
él. Siempre debemos procurar no unir sexualidad con “algo
sucio” o “pecaminoso”. Y sobre todo hay que evitar transmitir la idea de
que “el sexo es algo malo”, que la masturbación provoca “que se seque
el cerebro” o tiene el peligro de “volverse loco”.
No debemos olvidar que un desarrollo adecuado de la
sexualidad es como la piedra angular de todo el edificio de la
personalidad de la persona: seremos más sanos mentalmente en
tanto en cuanto el desarrollo de la sexualidad sea adecuado. La
educación sexual es algo más que información fisiológica del aparato
reproductor o medidas apropiadas para evitar un embarazo no deseado o
contraer el sida. Educamos no solamente cuando hablamos de sexo sino
también cuando transmitimos valores y actitudes con nuestro
comportamiento con el otro sexo, cuando enseñamos a reconocer nuestro
propio cuerpo, valoramos las diferencias sexuales, transmitimos la
importancia de respetar las diferencias o facilitamos la expresión de
los sentimientos, a través de la palabra, pero también del tacto
(abrazos, besos, etc.).
Educar la sexualidad es favorecer que el niño o la niña tengan una
vivencia libre, sana, creativa y placentera de su cuerpo, de sus
relaciones y de sus afectos.
De esta forma lograremos una sexualidad integral, donde lo que prime
no sean los conocimientos sobre la vida sexual, imprescindibles, sino
que también se acompañe con un desarrollo armónico desde la infancia. No basta amar al niño sino también exteriorizarlo, tocándole, abrazándole, besándole; no basta sentirse amado sino también comunicar nuestra gratitud por ese sentimiento a través de palabras, gestos y conductas.
Espero que os haya resultado interesante. Cualquier duda ya sabéis como localizarme.
Paula Sánchez, Sexóloga